Se han escrito las últimas palabras de uno de los capítulos más memorables de la historia de la Causa, y se abre una página nueva. Este Riḍván marca la conclusión de un año extraordinario, de un Plan de Cinco Años, y de toda una serie de Planes que comenzaron en 1996. Se avecina una nueva serie de Planes, con lo que prometen ser doce meses de capital importancia que servirán de preludio a un esfuerzo de nueve años que empezará el próximo Riḍván. Vemos ante nosotros a una comunidad que ha ganado fuerza con rapidez y está lista para dar grandes pasos hacia adelante. Pero no debemos subestimar el gran esfuerzo que ha sido necesario para llegar a este punto, y lo arduo que ha sido adquirir las percepciones a lo largo del camino: las lecciones aprendidas darán forma al futuro de la comunidad, y el relato de cómo se aprendieron arroja luz sobre lo que está por venir.
Las décadas que precedieron a 1996, ricas en sus propios avances y percepciones, no habían dejado lugar a dudas de que un gran número de personas de muchas sociedades estarían listas a unirse al estandarte de la Fe. No obstante, por alentadores que fueran los casos de ingresos a gran escala, estos no se igualaron con un proceso sostenible de crecimiento que pudiera cultivarse en entornos diversos. La comunidad se enfrentaba a profundos interrogantes, a los cuales, en ese momento, carecía de suficiente experiencia para responder de manera adecuada. ¿Cómo podían los esfuerzos dirigidos a su expansión ir de la mano del proceso de consolidación y resolver el desafío prolongado, y aparentemente insalvable, de sostener el crecimiento? ¿Cómo se podía formar a personas, instituciones y comunidades que fueran capaces de traducir las enseñanzas de Bahá’u’lláh a la acción? ¿Y cómo podían aquellos que se sentían atraídos a las enseñanzas convertirse en protagonistas de una empresa espiritual de alcance mundial?
Así era como, hace un cuarto de siglo, una comunidad bahá’í que todavía contaba con tres Manos de la Causa de Dios en sus primeras filas se embarcaba en un Plan de Cuatro Años, diferenciado de los anteriores por su atención en un único objetivo: un avance significativo en el proceso de entrada en tropas. Este objetivo vino a definir la serie de Planes que le siguieron. La comunidad ya había llegado a comprender que este proceso no consistía en la mera entrada en la Fe de grupos numerosos de personas, ni surgiría de manera espontánea; conllevaba una expansión y consolidación deliberadas, sistemáticas y aceleradas. Esta labor requeriría la participación informada de numerosas almas y, en 1996, el mundo bahá’í fue llamado a asumir el inmenso desafío educativo que esto suponía. Se le llamó a establecer una red de institutos de capacitación dedicados a generar un flujo creciente de personas dotadas de las capacidades necesarias para sostener el proceso de crecimiento.
Los amigos emprendieron esta tarea, conscientes de que, pese a sus victorias anteriores en el campo de la enseñanza, tenían claramente mucho que aprender sobre qué capacidades adquirir y —algo crucial— cómo adquirirlas. En muchos sentidos, la comunidad aprendería en la acción, y los aprendizajes que adquiriera, una vez destilados y refinados mediante su aplicación en entornos diversos a lo largo del tiempo, se incorporarían finalmente a materiales educativos. Se reconoció que algunas actividades eran una respuesta natural a las necesidades espirituales de una población. Los círculos de estudio, las clases para niños, las reuniones devocionales y —más adelante— los grupos de prejóvenes sobresalieron por su importancia crucial a este respecto, y al entretejerse con actividades conexas, las dinámicas generadas darían lugar a un modelo pujante de vida comunitaria. Y a medida que fue creciendo el número de participantes en estas actividades básicas, se añadió una nueva dimensión a su propósito original. Empezaron a servir como portales a través de los que los jóvenes, adultos y familias enteras de la sociedad en general podían entrar en contacto con la Revelación de Bahá’u’lláh. También se hacía evidente lo práctico que resultaba considerar las estrategias para la labor de construcción de comunidad dentro del contexto de la «agrupación»: un área geográfica de dimensiones manejables y con características sociales y económicas específicas. Se empezó a cultivar la capacidad de preparar planes sencillos a nivel de la agrupación, y de estos planes surgieron programas para el crecimiento de la Fe, organizados en lo que llegarían a ser ciclos de actividad trimestrales. Ya en las etapas iniciales se hizo claro un punto importante: el avance de las personas por una secuencia de cursos impulsa el avance de las agrupaciones a lo largo de un continuo de desarrollo, y se perpetúa con este. Esta relación complementaria ayudó a los amigos en todas partes a evaluar las dinámicas de crecimiento en sus propios entornos y a trazar un camino hacia mayores fortalezas. Con el paso del tiempo, resultó fructífero considerar lo que estaba ocurriendo en una agrupación tanto desde la perspectiva de tres imperativos educativos —sirviendo a niños, prejóvenes, jóvenes y adultos— como desde la perspectiva de los ciclos de actividad esenciales para el ritmo de crecimiento. A mitad de camino de una labor de veinticinco años, ya se estaban consolidando muchos de los rasgos más reconocibles del proceso de crecimiento que vemos hoy en día.
A medida que se intensificaban los esfuerzos de los amigos, ciertos principios, conceptos y estrategias de relevancia universal al proceso de crecimiento comenzaron a cristalizarse en un marco de acción que podía evolucionar para dar cabida a nuevos elementos. Este marco resultó decisivo para la liberación de una tremenda vitalidad. Ayudó a los amigos a canalizar sus energías en maneras que, tal como había demostrado la experiencia, favorecía el crecimiento de comunidades sanas. Pero un marco no es una fórmula. Tomando en cuenta los diversos elementos del marco al evaluar la realidad de una agrupación, una localidad, o simplemente un barrio, se podía desarrollar un modelo de actividad basado en lo que el resto del mundo bahá’í estaba aprendiendo, pero sin dejar de dar respuesta a las particularidades de dicho lugar. La dicotomía entre requisitos rígidos, por un lado, y preferencias personales ilimitadas, por otro, dio paso a una comprensión más matizada de la diversidad de medios por los que las personas podían apoyar un proceso que, en el fondo, era coherente y se estaba refinando continuamente a medida que se acumulaba la experiencia. Que no quepa la menor duda sobre el avance que supuso la aparición de este marco: sus implicaciones para armonizar y unificar los esfuerzos de todo el mundo bahá’í e impulsar su marcha hacia adelante fueron de gran alcance.
Conforme los Planes se sucedían unos a otros y la participación en las labores de construcción de comunidad se iba agrandando, los avances en el ámbito de la cultura se hicieron más marcados. Por ejemplo, se llegó a apreciar de manera más amplia la importancia de educar a las generaciones más jóvenes, así como el extraordinario potencial que representan los prejóvenes, en particular. Almas que se ayudan y acompañan unas a otras en un sendero compartido, y que amplían constantemente el círculo de apoyo mutuo: este se convirtió en el modelo al que aspiraban todos los esfuerzos destinados a desarrollar la capacidad de servicio. Incluso las interacciones de los amigos entre sí y con otros a su alrededor experimentaron un cambio, al tomarse conciencia de la fuerza de las conversaciones significativas para encender y avivar sentimientos espirituales. Y, de manera relevante, las comunidades bahá’ís adoptaron cada vez más una visión orientada hacia el exterior. Cualquier alma que respondiera a la visión de la Fe podía convertirse en un participante activo —incluso en promotor y facilitador— en actividades educativas, reuniones para la oración y otros elementos de la labor de construcción de comunidad; de entre esas almas, muchas declararían también su fe en Bahá’u’lláh. De esta manera emergió una concepción del proceso de entrada en tropas que dependía menos de teorías y suposiciones, y más de la experiencia real de cómo un gran número de personas podía encontrar la Fe, familiarizarse con ella, identificarse con sus objetivos, unirse a sus actividades y deliberaciones y, en muchos casos, abrazarla. De hecho, a medida que se reforzaba el proceso de instituto en una región tras otra, crecía a pasos agigantados el número de personas que participaba en la labor del Plan, y que abarcaba incluso a aquellos que habían conocido la Fe recientemente. Pero no era una mera preocupación por los números lo que estaba impulsando esto. Una visión de transformación personal y colectiva producidas simultáneamente, fundada en el estudio de la Palabra de Dios y en una apreciación de la capacidad de cada persona para convertirse en protagonista de un profundo drama espiritual, había dado lugar a un sentimiento de esfuerzo común.
Una de las características más sorprendentes e inspiradoras de este período de veinticinco años ha sido el servicio prestado por los jóvenes bahá’ís, quienes con fe y valentía han asumido el lugar que les corresponde en la vanguardia de las labores de la comunidad. Como maestros de la Causa y educadores de los más jóvenes, como tutores viajeros y pioneros de frente interno, como coordinadores de agrupación y miembros de agencias bahá’ís, los jóvenes de los cinco continentes se han levantado para servir a sus comunidades con devoción y sacrificio. La madurez que han demostrado en el desempeño de las responsabilidades de las que depende el avance del Plan Divino es expresión de su vitalidad espiritual y de su dedicación a la salvaguardia del futuro de la humanidad. En reconocimiento de esta madurez cada vez más evidente, hemos decidido que, inmediatamente después de este Riḍván, mientras la edad a la que un creyente es elegible para servir en una Asamblea Espiritual seguirá siendo los veintiún años, la edad a la que un creyente pueda votar en las elecciones bahá’ís se rebajará a los dieciocho años. No tenemos la menor duda de que los jóvenes bahá’ís de todas partes que han alcanzado esa edad acreditarán nuestra confianza en su capacidad de cumplir «concienzuda y diligentemente» el «deber sagrado» al que está llamado todo elector bahá’í.
*Somos conscientes de que, naturalmente, las realidades de las comunidades difieren mucho unas de otras. Distintas comunidades nacionales, y distintos lugares dentro de esas comunidades, comenzaron esta serie de Planes a etapas distintas de su desarrollo; desde entonces, han evolucionado también a ritmos distintos y han alcanzado distintos niveles de progreso. Esto, en sí mismo, no es nada nuevo. Siempre ha ocurrido que las condiciones de los lugares varían, al igual que el grado de receptividad que se encuentra en cada uno de ellos. Pero, asimismo, percibimos una marea creciente en la que la capacidad, la confianza y la experiencia acumulada de la mayoría de las comunidades están aumentando, impulsadas por el éxito de sus comunidades hermanas, próximas y lejanas. Por citar un ejemplo: aunque a las almas que se levantaron para abrir una nueva localidad en 1996 no les faltó valentía, fe y devoción, hoy sus homólogos de todas partes combinan esas mismas cualidades con conocimiento, percepciones y habilidades que son el acopio de veinticinco años de esfuerzos por parte de todo el mundo bahá’í por sistematizar y refinar la labor de expansión y consolidación.
Con independencia del punto del que haya partido una comunidad, esta ha avanzado en el proceso de crecimiento cuando ha combinado las cualidades de fe, perseverancia y dedicación con una disposición a aprender. De hecho, un valioso legado de esta serie de Planes es el reconocimiento generalizado de que cualquier esfuerzo por avanzar comienza con una orientación hacia el aprendizaje. La sencillez de este precepto oculta la importancia de las implicaciones que se derivan de él. No dudamos de que, con el tiempo, cada agrupación avanzará a lo largo del continuo de desarrollo; las comunidades que han progresado más rápidamente, en relación con aquellas cuyas circunstancias y posibilidades eran similares, han mostrado una habilidad de promover unidad de pensamiento y aprender sobre la acción efectiva. Y lo han hecho sin dudar en actuar.
La dedicación al aprendizaje también significaba estar preparado para cometer errores; y, por supuesto, a veces los errores causaban malestar. No es de extrañar que los métodos y enfoques se manejaran al principio con torpeza, debido a la falta de experiencia; en ocasiones, cierta capacidad recientemente adquirida se perdía cuando la comunidad se abstraía en el desarrollo de otras. Tener las mejores intenciones no es garantía de no dar traspiés, y superarlos requiere humildad y desprendimiento. Cuando una comunidad ha permanecido decidida a mostrar tolerancia y a aprender de los errores que naturalmente ocurren, el progreso nunca ha estado fuera de su alcance.
A mediados de la serie de Planes, la participación de la comunidad en la vida de la sociedad empezó a ser objeto de una atención más directa. Se alentó a los creyentes a que pensaran en ello en términos de dos áreas de trabajo entrelazadas: la acción social y la participación en los discursos prevalentes de la sociedad. Estas no eran, por supuesto, alternativas a la labor de expansión y consolidación, ni mucho menos distracciones de esta: eran inherentes a ella. Cuantos más recursos humanos tenía una comunidad a los que recurrir, más crecía su capacidad de aportar la sabiduría contenida en la Revelación de Bahá’u’lláh para hacer frente a los desafíos del momento: para traducir Sus enseñanzas a la realidad. Y los asuntos problemáticos de la humanidad durante este período parecían subrayar cuán urgente era su necesidad del remedio prescrito por el Médico Divino. Todo esto llevaba implícita una concepción de la religión muy distinta a la que imperaba en el mundo de manera general: una concepción que consideraba a la religión la fuerza poderosa que impulsa a una civilización en continuo desarrollo. Se entendía que dicha civilización no aparecería tampoco de manera espontánea, por sí misma: era la misión de los seguidores de Bahá’u’lláh laborar para que emergiera. Esta misión exigía aplicar el mismo proceso de aprendizaje sistemático a la labor de acción social y de participación en el discurso público.
Vista desde la perspectiva de las últimas dos décadas y media, la capacidad para emprender acciones sociales ha aumentado notablemente, dando lugar a un extraordinario florecimiento de actividades. En comparación con 1996, cuando se mantenían unos 250 proyectos de desarrollo socioeconómico de año en año, actualmente hay 1.500, y el número de organizaciones de inspiración bahá’í se ha cuadruplicado hasta superar los 160. Cada año se llevan a cabo más de 70.000 iniciativas de acción social de base, de corta duración, lo que supone una multiplicación por cincuenta. Esperamos con anhelo que todos estos proyectos sigan aumentando como resultado del apoyo dedicado y el estímulo que ahora proporciona la Organización Internacional Bahá’í para el Desarrollo. Mientras tanto, la participación bahá’í en los discursos prevalentes de la sociedad también ha aumentado inmensamente. Además de las muchas ocasiones en que los amigos ven que pueden ofrecer una perspectiva bahá’í en conversaciones que se dan en un contexto de trabajo o personal, ha avanzado considerablemente la participación más formal en los discursos. Nos referimos no solo a los esfuerzos mucho más amplios y las aportaciones cada vez más elaboradas de la Comunidad Internacional Bahá’í —que en este período abrió también Oficinas en África, Asia y Europa— sino, asimismo, a la labor de una red de Oficinas de Asuntos Externos nacionales inmensamente ampliada y muy reforzada, para la cual esta área de trabajo se convirtió en el principal foco de atención; además, hubo contribuciones notables y esclarecedoras realizadas por creyentes, a título individual, en campos específicos. Todo ello explica en parte la estima, el aprecio y la admiración que líderes del pensamiento y otras figuras destacadas en todos los ámbitos de la sociedad han expresado una y otra vez por la Fe, sus seguidores y sus actividades.
Al repasar el período de veinticinco años completo nos maravilla la gran diversidad de avances que el mundo bahá’í ha realizado de manera simultánea. Se ha enriquecido su vida intelectual, como demuestran no solo su progreso en todas las áreas de actividad ya mencionadas, sino también el volumen de literatura de alta calidad publicada por autores bahá’ís, el desarrollo de espacios para la exploración de ciertas disciplinas a la luz de las enseñanzas, y el impacto de los seminarios de grado y postgrado ofrecidos de manera sistemática por el Instituto de Estudios para la Prosperidad Global que, en colaboración con las instituciones de la Causa, presta ahora servicio a jóvenes bahá’ís de más de 100 países. Se han acelerado muy visiblemente los esfuerzos por levantar Casas de Adoración. El último Templo Madre se erigió en Santiago de Chile y se iniciaron proyectos para construir dos Mashriqu’lAdh.árs nacionales y cinco locales; las Casas de Adoración de Battambang, Camboya, y Norte del Cauca, Colombia, ya han abierto sus puertas. Los Templos bahá’ís, ya sean de reciente inauguración o establecidos desde hace tiempo, ocupan cada vez más una posición central en la vida comunitaria. El apoyo material ofrecido por la masa de los creyentes a la miríada de labores emprendidas por los amigos de Dios ha sido incesante. Visto simplemente como una medida de la vitalidad espiritual colectiva, la generosidad y el sacrificio con los que se ha mantenido —es más, se ha revitalizado— el flujo crucial de fondos, en una época de considerable turbulencia económica, es sumamente revelador. En el ámbito de la administración bahá’í, ha aumentado considerablemente la capacidad de las Asambleas Espirituales Nacionales para gestionar los asuntos de sus comunidades en toda su creciente complejidad. Se han beneficiado, en particular, de nuevos niveles de colaboración con los Consejeros, quienes han desempeñado un papel decisivo en sistematizar la recopilación de percepciones desde el nivel de las bases alrededor de todo el mundo y asegurar que se difundan ampliamente. Este fue también el período en que el Consejo Regional Bahá’í emergió como institución de la Causa de pleno derecho y en la actualidad, en 230 regiones, los Consejos y los institutos de capacitación que supervisan han demostrado ser indispensables para promover el proceso de crecimiento. Con el fin de ampliar hacia el futuro las funciones del Fiduciario Mayor del Ḥuqúqu’lláh, la Mano de la Causa de Dios ‘Alí-Muḥammad Varqá, se estableció en 2005 la Junta Internacional de Fiduciarios del Ḥuqúqu’lláh; actualmente, coordina los esfuerzos de no menos de 33 Juntas Nacionales y Regionales de Fiduciarios que ahora abarcan el globo y que, a su vez, guían la labor de más de 1.000 Representantes. Los avances que han tenido lugar en el Centro Mundial Bahá’í durante este mismo período son muchos, como lo demuestran la finalización de las Terrazas del Santuario del Báb y de dos de los edificios del Arco, y el inicio de la construcción del Santuario de ‘Abdu’l-Bahá, sin mencionar un gran número de proyectos destinados a reforzar y preservar los preciados Lugares Sagrados de la Fe. El Santuario de Bahá’u’lláh y el Santuario del Báb fueron declarados Patrimonio de la Humanidad, lugares de inestimable relevancia para el género humano. El público acudió a estos lugares sagrados por cientos de miles, llegándose en algunos años a casi un millón y medio de visitantes, y el Centro Mundial recibió con regularidad a cientos de peregrinos a la vez —en ocasiones a más de 5.000 en un año—, así como a un número similar de visitantes bahá’ís; nos alegramos sobremanera tanto por las cifras elevadas como por la multitud de naciones y pueblos diversos representados entre los que participan de la dádiva del peregrinaje. Asimismo, se ha acelerado en gran medida la traducción, publicación y difusión de los Textos Sagrados, paralelamente al desarrollo del Bahá’í Reference Library, uno de los componentes más notables de la creciente familia de sitios web asociados con Bahai.org, disponible ahora en diez idiomas. Se ha establecido una variedad de oficinas y agencias, con sede en el Centro Mundial y en otros lugares, encargadas de apoyar el proceso de aprendizaje que está teniendo lugar en numerosas áreas de actividad en todo el mundo bahá’í. Todo esto, hermanas y hermanos en la fe, no es más que una fracción del relato que podríamos contar de lo que su devoción a Aquel que fue el Agraviado del Mundo ha generado. No podemos sino hacernos eco de las conmovedoras palabras expresadas una vez por el amado Maestro cuando, sobrecogido por la emoción, exclamó «¡Oh Bahá’u’lláh! ¡Lo que has logrado hacer!»
*Desde el panorama de un cuarto de siglo decisivo, dirigimos ahora nuestra atención al Plan de Cinco Años más reciente, un Plan bien distinto a cualquiera de los anteriores en diversos aspectos. En este Plan instamos a los bahá’ís del mundo a que se valieran de todo lo que habían aprendido en los veinte años precedentes y lo llevaran plenamente a efecto. Nos complace sobremanera que nuestras esperanzas a este respecto se hayan cumplido con creces; pero, aunque naturalmente esperábamos grandes cosas de los seguidores de la Bendita Belleza, el carácter de lo que se logró gracias a sus esfuerzos hercúleos fue verdaderamente impresionante. Fue el colofón de un logro que llevaba veinticinco años gestándose.
El Plan fue especialmente memorable por estar trisecado por dos bicentenarios sagrados, cada uno de los cuales galvanizó a las comunidades locales de todo el mundo. La compañía de los fieles demostró, a una escala jamás presenciada anteriormente, y con relativa facilidad, la capacidad de integrar a personas de todos los sectores de la sociedad en el homenaje a la vida de una Manifestación de Dios. Fue un formidable indicador de algo más amplio: la habilidad de canalizar la liberación de enormes energías espirituales para el progreso de la Causa. La respuesta fue tan magnífica que, en muchos lugares, la Fe emergió de la oscuridad en el ámbito nacional. En entornos donde era inesperado, tal vez impensado, se hizo evidente una marcada receptividad a la Fe. Miles y miles y miles de personas se sintieron transportadas por su encuentro con un espíritu devocional que hoy es característico de las comunidades bahá’ís en todas partes. Se amplió de manera extraordinaria la visión de lo que llega a ser posible al observar un Día Sagrado bahá’í.
Los logros del Plan, tan solo en términos numéricos, eclipsaron rápidamente los de todos los Planes que lo habían precedido desde 1996. Al comienzo de este Plan, existía la capacidad de llevar a cabo algo más de 100.000 actividades básicas en un momento dado, capacidad que era fruto de veinte años de esfuerzo común. En la actualidad, se están manteniendo 300.000 actividades básicas al mismo tiempo. La participación en esas actividades ha superado los dos millones de personas, lo que representa también un aumento de casi el triple. Hay 329 institutos de capacitación nacionales y regionales en funcionamiento, y su capacidad queda demostrada por el hecho de que tres cuartos de millón de personas han podido completar al menos un libro
de la secuencia; en total, el número de cursos completados ahora es también de dos millones: un aumento de más de un tercio en cinco años.
La intensidad creciente con la que se están llevando a cabo programas de crecimiento en todo el mundo narra una historia impresionante por sí misma. En este período de cinco años, habíamos pedido que se acelerara el crecimiento en cada una de las 5.000 agrupaciones en las que se había iniciado. Este imperativo se convirtió en el impulso para un esfuerzo decidido en todo el mundo. Como resultado, el número de programas intensivos de crecimiento se ha duplicado con creces y asciende ahora a unos 4.000. Las dificultades que entraña abrir nuevas aldeas y barrios a la Fe en medio de una crisis sanitaria mundial, o ampliar actividades que se encontraban en una fase inicial cuando empezó la pandemia, impidieron que se alcanzara un total aún mayor durante el último año del Plan. Sin embargo, cabe decir más, por encima de esto. Al principio del Plan, habíamos expresado la esperanza de que aumentara en cientos más el número de agrupaciones en las que los amigos habían superado el tercer hito a lo largo de un continuo de crecimiento, como consecuencia de aprender a acoger a un gran número de personas en el seno de sus actividades. El total se situaba entonces en unas 200, repartidas en unos 40 países. Cinco años después, este número ha llegado a la asombrosa cifra de 1.000 en casi 100 países: una cuarta parte de todos los programas intensivos de crecimiento del mundo, y un logro que ha superado con creces nuestras expectativas. Pero ni siquiera estas cifras revelan las nobles alturas a las que se ha elevado la comunidad. Hay más de 30 agrupaciones en las que el número de actividades básicas que se mantienen supera las 1.000; en algunos lugares, el total es de varios miles e incluye la participación de más de 20.000 personas en una sola agrupación. Un número cada vez mayor de Asambleas Espirituales Locales supervisa ahora el despliegue de programas educativos que atienden a prácticamente la totalidad de los niños y jóvenes de una aldea; la misma realidad está empezando a manifestarse en algunos barrios urbanos. En casos notables, la vinculación con la Revelación de Bahá’u’lláh ha ido más allá de personas, familias y vínculos de consanguinidad; lo que se está presenciando es el avance de poblaciones hacia un centro común. En ocasiones, se están dejando atrás hostilidades ancestrales entre grupos opuestos, y algunas estructuras y dinámicas sociales se están transformando a la luz de las enseñanzas divinas.
No podemos sino regocijarnos ante avances tan impresionantes. El poder de construcción de sociedad que posee la Fe de Bahá’u’lláh se manifiesta cada vez con mayor claridad, y este es un fundamento firme sobre el que se construirá el próximo Plan de Nueve Años. Tal como se esperaba, las agrupaciones de marcada solidez han demostrado ser reservas de conocimiento y recursos para sus vecinas. Y las regiones en las que hay más de una agrupación así han desarrollado más fácilmente los medios para acelerar el crecimiento de una agrupación tras otra. Sin embargo, nos sentimos obligados a resaltar de nuevo que el progreso ha sido casi universal; la diferencia en el progreso entre un lugar y otro es de grado. La comprensión colectiva del proceso de entrada en tropas por parte de la comunidad y su confianza de poder estimular este proceso en todo tipo de circunstancias han crecido a niveles que no eran imaginables en décadas pasadas. El mundo bahá’í ha respondido de manera convincente a las profundas cuestiones que se cernían durante tanto tiempo, y que se pusieron de relieve en 1996. Hay una generación de creyentes cuyas vidas enteras llevan la huella del progreso de la comunidad. Pero la mera escala de lo que ha ocurrido en esas muchas agrupaciones en las que se están ampliando las fronteras del aprendizaje ha convertido un avance significativo en el proceso de entrada en tropas en uno trascendental, de proporciones históricas.
Muchos estarán familiarizados con la forma en que el Guardián dividió las Edades de la Fe en épocas consecutivas; la quinta época de la Edad Formativa comenzó en 2001. Menos sabido es que el Guardián también mencionó específicamente la existencia de épocas en el Plan Divino, y de etapas dentro de esas épocas. Tras permanecer en suspenso durante dos décadas mientras se instituían y fortalecían los órganos locales y nacionales del Orden Administrativo, el Plan Divino concebido por ‘Abdu’l-Bahá se inauguró formalmente en 1937 con el inicio de la primera etapa de su primera época: el Plan de Siete Años asignado por el Guardián a la comunidad bahá’í de Norteamérica. Esa primera época se cerró en 1963 tras la conclusión de la Cruzada de Diez Años, que había tenido como resultado que el estandarte de la Fe se plantara en todas partes del mundo. La primera etapa de la segunda época fue el primer Plan de Nueve Años, y a este le han seguido no menos de diez Planes, cuya duración ha oscilado entre doce meses y siete años. En los albores de esa segunda época, el mundo bahá’í era ya testigo de los primeros indicios de esa entrada en tropas en la Fe que el Autor del Plan Divino había previsto; en las décadas siguientes, generaciones de creyentes devotos de la comunidad del Más Grande Nombre han laborado en el Viñedo Divino para cultivar las condiciones requeridas para un crecimiento a gran escala y sostenido. Y en esta gloriosa estación del Riḍván, ¡cuán abundantes son los frutos de esas labores! El fenómeno de un número considerable de personas engrosando las actividades de la comunidad, captando la chispa de la fe y levantándose con rapidez para servir en la vanguardia del Plan, ha pasado de ser una previsión sustentada en la fe a una realidad recurrente. Un avance tan pronunciado y demostrable requiere ser señalado en los anales de la Causa. Con corazones llenos de júbilo, anunciamos que ha dado comienzo la tercera época del Plan Divino del Maestro. Etapa tras etapa, y época tras época, se desplegará Su Plan hasta que la luz del Reino ilumine cada corazón.
*Queridos amigos, ningún repaso a la empresa de cinco años que cerró la segunda época del Plan Divino sería completo sin una referencia especial a los trastornos que acompañaron su año final, y que aún persisten. Las limitaciones a las interacciones personales, que aumentaron y disminuyeron en la mayoría de los países a lo largo de este período, podrían haber supuesto un duro golpe a los esfuerzos colectivos de la comunidad, y cuya recuperación podría haber llevado años; pero hay dos razones por las que no ha sido así. Una de ellas ha sido la conciencia generalizada del deber de los bahá’ís de servir a la humanidad, y más que nunca en tiempos de peligro y adversidad. La otra ha sido el extraordinario aumento de la capacidad del mundo bahá’í de dar expresión a esa conciencia. Acostumbrados a lo largo de muchos años a adoptar modelos de acción sistemática, los amigos aportaron su creatividad y sentido de propósito para hacer frente a una crisis imprevista, al tiempo que se aseguraban de que los nuevos enfoques que desarrollaban fueran coherentes con el marco que se habían esforzado por perfeccionar en Planes sucesivos. Ello no significa pasar por alto las serias penalidades que están sufriendo los bahá’ís, al igual que sus compatriotas en todos los países; no obstante, en medio de las graves dificultades, los creyentes han permanecido enfocados. Se han canalizado recursos hacia las comunidades necesitadas, han tenido lugar elecciones siempre que ha sido posible, y las instituciones de la Causa han seguido cumpliendo sus deberes en todas las circunstancias. Incluso se han dado pasos decididos hacia adelante. Este Riḍván se restablecerá la Asamblea
Espiritual Nacional de Santo Tomé y Príncipe, y se levantarán dos nuevos pilares de la Casa Universal de Justicia: la Asamblea Espiritual Nacional de Croacia, con sede en Zagreb, y la Asamblea Espiritual Nacional de Timor Oriental, con sede en Dili.
Y así comienza el Plan de Un Año. Su propósito y sus especificaciones han sido ya expuestos en nuestro mensaje enviado en el Día de la Alianza; este Plan, aunque breve, bastará para preparar al mundo bahá’í para el Plan de Nueve Años que habrá de seguirle. Un período de especial potencia, que se abrió cien años después de la revelación de las Tablas del Plan Divino, culminará pronto con el centenario de la Ascensión de ‘Abdu’l-Bahá, y marcará la conclusión del primer siglo de la Edad Formativa y el comienzo del segundo. La compañía de los fieles entra en este nuevo Plan en un momento en el que la humanidad, aleccionada por la demostración de su vulnerabilidad, parece más consciente de la necesidad de colaborar para hacer frente a desafíos globales. Con todo, hábitos persistentes de contienda, interés personal, prejuicio y estrechez de miras siguen obstaculizando el movimiento hacia la unidad, a pesar del creciente número de personas de la sociedad que muestran con palabras y hechos cómo ellos, también, anhelan una mayor aceptación de la unicidad inherente de la humanidad. Oramos para que la familia de naciones consiga dejar de lado sus diferencias en aras del bien común. Pese a las incertidumbres que envuelven los meses venideros, suplicamos a Bahá’u’lláh que haga aún más abundantes las confirmaciones que han sostenido a Sus seguidores durante tanto tiempo, para que puedan avanzar en su misión, sin que su serenidad se vea alterada por la turbulencia de un mundo cuya necesidad de Su mensaje curativo es cada vez más crítica.
El Plan Divino entra en una nueva época y en una nueva etapa. Se pasa la página.
La Casa Universal de Justicia