A media tarde del undécimo día de la festividad de Riḍván, cien años atrás, ‘Abdu’l-Bahá,
de pie y en presencia de varios centenares de personas, levantaba una pica y con ella removía el
césped que cubría el sitio del Templo situado en Grosse Pointe, al norte de Chicago. Los
invitados a colocar esa primera piedra con Él aquel día de primavera procedían de diversos
orígenes: noruegos, indios, franceses, japoneses, persas y nativos americanos, por citar solo
algunos. Era como si la Casa de Adoración, aún sin erigir, estuviese realizando el anhelo,
expresado por el Maestro en la víspera de la ceremonia, de que en todo edificio de este tipo «la
humanidad pudiese hallar un lugar de encuentro» y que «de sus patios abiertos de santidad»
pudiese salir la proclamación de la unicidad de la humanidad.
Los presentes en esa ocasión, al igual que todos los que Le escucharon en el transcurso de
Sus viajes a Egipto y al Occidente, debieron de comprender solo vagamente el gran alcance de
Sus palabras, para la sociedad, para sus valores y sus preocupaciones. Aún hoy, ¿hay quien
pueda afirmar que ha percibido más que un indicio, lejano y vago, de la futura sociedad que
está destinada a surgir de la Revelación de Bahá’u’lláh? Que nadie suponga que la civilización
hacia la cual las enseñanzas divinas conducen a la humanidad surgirá de unos meros ajustes al
orden actual. En absoluto. En una charla que impartió ‘Abdu’l-Bahá días después de haber
puesto la primera piedra del Templo Madre del Occidente, afirmó que «entre los resultados de
la manifestación de las fuerzas espirituales está el que el mundo humano se adaptará a una
nueva forma social» y que «se pondrá de manifiesto la justicia de Dios en todas las condiciones
y asuntos humanos». Estas y otras innumerables palabras del Maestro hacia las cuales se está
volviendo la comunidad bahá’í repetidas veces en este centenario hacen más evidente la
distancia que separa a la sociedad, tal como está organizada actualmente, de la extraordinaria
visión que ofrendó Su Padre al mundo.Infortunadamente, pese a los encomiables esfuerzos de las personas bienintencionadas
que por doquier trabajan por mejorar las condiciones de la sociedad, son muchos los que
consideran insuperables los obstáculos para el logro de semejante visión. Sus esperanzas se ven
frustradas ante los supuestos erróneos sobre la naturaleza humana que hasta tal punto han
permeado las estructuras y tradiciones de buena parte de la vida actual, que llegan a
considerarse como hechos probados. Esos supuestos no parecen tener en cuenta la
extraordinaria reserva de potencial espiritual a la que toda alma iluminada tiene acceso; más
bien, se emplean para justificar las debilidades de la humanidad, ejemplos de las cuales a diario
contribuyen a arraigar más un sentimiento común de desesperación. Una maraña de velos de
falsas premisas oscurece así una verdad fundamental: el estado en que está el mundo refleja una distorsión del espíritu humano, no su naturaleza esencial. El propósito de cada Manifestación de
Dios es llevar a cabo una transformación tanto de la vida íntima como de las condiciones
externas de la humanidad. Y esa transformación ocurre naturalmente conforme un grupo cada
vez más numeroso de personas unidas por los preceptos divinos se esfuerza colectivamente por
desarrollar las capacidades espirituales para contribuir a un proceso de cambio de la sociedad.
Las teorías prevalecientes de esta época, de forma semejante al suelo duro que horadara el
Maestro hace un siglo, pueden parecer impenetrables a todo cambio, mas no hay duda de que se
desvanecerán y que por «las lluvias primaverales de la munificencia de Dios» brotarán con
frescor y hermosura «las flores del verdadero entendimiento».
Damos gracias a Dios de que ustedes, la Comunidad de Su Más Grande Nombre,
mediante la potencia de Su Palabra, están cultivando entornos donde puede florecer el
verdadero entendimiento. Aun quienes sufren encarcelamiento por la Fe, con su sacrificio
indecible y su constancia están permitiendo que los «jacintos del conocimiento y sabiduría»
florezcan en los corazones solidarios. En todo el planeta, mediante la aplicación de las
disposiciones del Plan de Cinco Años, almas anhelantes están empeñadas en el trabajo de
construcción de un nuevo mundo. Tan bien se han entendido sus características que no se hace
necesario comentar más al respecto en este momento. Ofrecemos nuestras súplicas ante el
Umbral de una Providencia Todogenerosa para que la ayuda del Concurso Supremo le sea
otorgada a cada uno de ustedes conforme aportan al progreso del Plan. Abrigamos el ferviente
deseo —que se aviva cuando contemplamos los abnegados esfuerzos que realizaron durante el
pasado año— de que ustedes intensifiquen la aplicación del conocimiento sólido que van
adquiriendo en la experiencia. Ahora no es el momento de detenerse; demasiados son los que
siguen inconscientes de este nuevo amanecer. ¿Quiénes si no ustedes pueden transmitir el
mensaje divino? «Por Dios», exclama Bahá’u’lláh, en alusión a la Causa, «ésta es la liza de la
perspicacia y el desprendimiento, de la visión y la exaltación, donde nadie arremete con su
corcel excepto los valientes jinetes del Misericordioso, quienes se han desprendido de todo
apego al mundo del ser».Observar al mundo bahá’í en acción es, ciertamente, contemplar un panorama radiante.
En la vida del creyente cuyo deseo, por encima de todo, es invitar a otras personas a comulgar
con el Creador y servir a la humanidad pueden encontrarse signos de la transformación
espiritual que el Señor de la Época ha deseado para toda alma. En el espíritu que anima las
actividades de toda comunidad bahá’í dedicada a elevar la capacidad de sus miembros, la de
tanto jóvenes como adultos, y la de sus amigos y colaboradores, con el fin de promover el bien
común puede percibirse un indicio de la forma como podría llegar a ser una sociedad
fundamentada en las enseñanzas divinas. Y en las agrupaciones avanzadas en las que abunda la
actividad regida por el marco del Plan y se exige mayor coherencia entre las líneas de acción, la
evolución de las estructuras administrativas permite vislumbrar, no importa cuán vagamente,
cómo las instituciones de la Fe asumen paulatinamente una gama más amplia de
responsabilidades con el fin de promover el bienestar y progreso humanos. Sin duda, pues, el
desarrollo del creyente, la comunidad y las instituciones entraña promesas inmensas. Pero por
encima de todo, nos alegra de manera particular observar el tierno afecto y el apoyo mutuo que
distinguen las relaciones que unen a los tres.En contraste, las relaciones entre los tres actores correspondientes en el mundo en
general, el ciudadano, el cuerpo político y las instituciones de la sociedad, reflejan los
desacuerdos que caracterizan la turbulenta fase de transición por la que atraviesa la humanidad.
Renuentes a actuar como partes interdependientes de un todo orgánico, están enzarzados en una lucha por el poder que a la larga resulta inútil. Qué sociedad tan diferente la que describe
‘Abdu’l-Bahá en incontables Tablas y charlas, en la que la conciencia de la unicidad de la
humanidad moldea tanto las interacciones cotidianas como las relaciones entre los estados.
Relaciones imbuidas de esta conciencia son las que los bahá’ís y sus amigos cultivan en las
aldeas y barrios del mundo; de ellas pueden percibirse las fragancias puras de la reciprocidad y
la cooperación, de la concordia y el amor. En estos entornos sin pretensión alguna está
surgiendo una alternativa a las tan conocidas luchas de la sociedad. Así, se hace evidente que la
persona, al expresarse responsablemente, participa de manera reflexiva en las consultas
dirigidas al bien común y deja de lado la tentación de insistir en su opinión personal; la
institución bahá’í que es consciente de la necesidad de coordinar las acciones y encauzarlas
hacia fines fecundos aspira no a controlar, sino a nutrir y alentar; la comunidad que aspira a
hacerse cargo de su propio desarrollo considera valiosísima la unidad que se consigue a través
de la participación plena en los planes trazados por las instituciones. Por la influencia de la
Revelación de Bahá’u’lláh las relaciones entre los tres están adquiriendo una nueva calidez, una
nueva vida; ellos, en su conjunto, constituyen una matriz en cuyo seno madura paulatinamente
una civilización espiritual mundial que lleva el distintivo de la inspiración divina.
La luz de la Revelación está destinada a iluminar todos los ámbitos de actividad; en cada
uno de ellos han de transformarse las relaciones que sostienen a la sociedad; en cada uno de
ellos el mundo busca ejemplos de cómo los seres humanos deben ser unos con otros. Les
proponemos que examinen, dado el prominente papel que ha jugado en el estado de agitación
en el que se hallan embrolladas tantas personas, la vida económica de la humanidad, que tolera
la injusticia con indiferencia y considera la ganancia desproporcionada como el emblema del
éxito. Estas perniciosas actitudes están arraigadas tan profundamente que resulta difícil
imaginar cómo una persona sola pueda alterar las normas prevalecientes por las que se que
rigen las relaciones en esta esfera. Desde luego hay prácticas que los bahá’ís evitarán, como son
la falta de honradez en sus transacciones o la explotación económica de otras personas.
Observar fielmente las amonestaciones divinas exige que no haya ninguna contradicción entre
nuestro comportamiento en lo económico y nuestras creencias como bahá’ís. Una sola alma,
aplicando en su vida los principios de la Fe relacionados con la justicia y la equidad, es capaz
de fijar un estándar muy superior al umbral bajo con el que el mundo se mide a sí mismo. La
humanidad está cansada de verse privada de un modelo de vida al que aspirar; contamos con
ustedes para promover comunidades cuya forma de conducirse infunda esperanza al mundo.
En nuestro mensaje de Riḍván de 2001, indicamos que en países en los que hubiera
avanzado lo suficiente el proceso de entrada en tropas y en cuyas comunidades nacionales se
dieran las condiciones favorables, autorizaríamos el establecimiento de Casas de Adoración de
ámbito nacional, cuyo surgimiento se convertiría en un rasgo de la Quinta Época de la Edad
Formativa de la Fe. Con alegría desbordante, anunciamos ahora que en dos países, la República
Democrática del Congo y Papúa Nueva Guinea, se construirán Mashriqu’l-Adhkár nacionales.
Ambos han demostrado haber cumplido los criterios que habíamos establecido, y la respuesta
de sus pueblos a las posibilidades creadas por la serie actual de Planes no ha sido menos que
extraordinaria. Con el último de los templos continentales en Santiago en vías de construcción,
el inicio de proyectos para la construcción de Casas nacionales de Adoración constituye otro
grato testimonio de la penetración de la Fe de Dios en el seno de la sociedad.
Cabe dar un paso más. El Mashriqu’l-Adhkár, descrito por ‘Abdu’l-Bahá como «una de
las instituciones más vitales del mundo» une dos aspectos esenciales e inseparables de la vida
bahá’í: la adoración y el servicio. La unión de ellos también se refleja en la coherencia que existe entre los elementos del Plan que tienen como fin la construcción de comunidad, y
especialmente en el florecimiento de un espíritu devocional que halla su expresión en las
reuniones de oración en comunidad y en un proceso educativo que desarrolla la capacidad para
el servicio a la humanidad. La correlación entre adoración y servicio es especialmente notoria
en agrupaciones del mundo donde las comunidades bahá’ís han crecido considerablemente en
tamaño y vitalidad y donde el compromiso con la acción social es evidente. Algunas han sido
designadas sitios para la difusión del aprendizaje con el fin de nutrir la habilidad de los amigos
para promover el programa de prejóvenes en las regiones vinculadas a los sitios. La capacidad
de asegurar la continuidad de este programa, como indicamos hace poco, también estimula el
desarrollo de los círculos de estudio y de las clases para niños. Así, al margen de su propósito
principal, el sitio de aprendizaje fortalece el esquema de expansión y consolidación en su
totalidad. Es en el seno de estas agrupaciones donde en años venideros puede contemplarse la
construcción de un Mashriqu’l-Adhkár local. Con corazones rebosantes de agradecimiento
hacia la Bendita Belleza, nos alegra informarles que estamos iniciando consultas con las
Asambleas Espirituales Nacionales respectivas sobre la erección de las primeras Casas locales
de Adoración en las siguientes agrupaciones: Battambang (Cambodia), Bihar Sharif (India),
Matunda Soy (Kenia), Norte del Cauca (Colombia) y Tanna (Vanuatu).
Con el fin de apoyar la construcción de los dos Mashriqu’l-Adhkár nacionales y los cinco
locales, hemos decidido crear un Fondo para los Templos en el Centro Mundial Bahá’í en
beneficio de todos estos proyectos. Se invita a los amigos por doquier a aportar con sacrificio al
mismo en la medida de lo posible.Muy queridos colaboradores: La primera piedra que colocara la mano de ‘Abdu’l-Bahá
hace cien años ha de ser puesta una vez más en otros siete países, lo cual no será nada más que
preludio del día en que, en obediencia al mandato de Bahá’u’lláh, en todas las ciudades y todas
las aldeas se haya alzado un edificio destinado a la adoración del Señor. Desde estos Puntos de
Amanecer del Recuerdo de Dios brillarán los rayos de Su luz y resonarán los himnos de Su
alabanza.