«El Libro de Dios está completamente abierto y Su Palabra emplaza al género humano a volverse a Él». En tan conmovedores términos describe la Suprema Pluma el advenimiento del día de la unión y de la congregación. Bahá’u’lláh prosigue: «Prestad atención, oh amigos de Dios, a la voz de Aquel a Quien el mundo ha agraviado, y sosteneos firmemente de todo aquello que ha de exaltar a Su Causa». Y continúa exhortando a Sus seguidores: «Con la mayor amistad y con espíritu de perfecta fraternidad, reuníos a consultar, y dedicad los preciosos días de vuestras vidas al mejoramiento del mundo y a la promoción de la Causa de Aquel que es el Anciano y Soberano Señor de todo».
Amados colaboradores: Este pronunciamiento tan emotivo nos viene a la mente de manera espontánea al contemplar los esfuerzos consagrados que ustedes realizan en todo el mundo en respuesta al llamamiento de Bahá’u’lláh. Puede advertirse por doquier la espléndida respuesta a Su llamado. Para los que se detienen a reflexionar sobre el desenvolvimiento del Plan Divino, se vuelve imposible ignorar cómo el poder contenido en la Palabra de Dios cobra ascendencia en los corazones de mujeres y hombres, niños y jóvenes, en un país tras otro, en agrupación tras agrupación.
Una comunidad mundial está refinando su capacidad de leer su realidad inmediata, analizar sus posibilidades, y emplear sabiamente los métodos e instrumentos del Plan de Cinco Años. Como se esperaba, con gran rapidez se está acumulando experiencia en aquellas agrupaciones donde se están haciendo avanzar las fronteras del aprendizaje de manera consciente. En estos lugares, son bien comprendidos los medios que permiten que un número cada vez mayor de personas fortalezca su capacidad de servicio. Un instituto de capacitación vibrante actúa como puntal de los esfuerzos de la comunidad para impulsar el Plan, y las destrezas y habilidades desarrolladas mediante la participación en los cursos del instituto se despliegan sobre el terreno lo más rápido posible. Algunos, mediante sus interacciones sociales cotidianas, se encuentran con almas abiertas a la exploración de temas espirituales, búsqueda esta que se lleva a cabo en una variedad de entornos; otros están en situación de responder a la receptividad de una aldea o barrio, tal vez por haberse trasladado a la zona. Un número creciente se levanta a asumir responsabilidades, engrosando así las filas de quienes sirven como tutores, animadores y maestros de niños, de los que administran y coordinan, o de los que de alguna otra manera trabajan para apoyar las labores. El compromiso de los amigos con el aprendizaje se manifiesta a través de la constancia de sus propios esfuerzos y de su voluntad de acompañar a otros en los suyos. Además, son capaces de tener siempre presente dos perspectivas complementarias sobre el modelo de acción que se desarrolla en la agrupación: una, los ciclos trimestrales de actividad —el pulso rítmico del programa de crecimiento— y otra, las distintas etapas de un proceso de educación para los niños, para los prejóvenes, y para los jóvenes y adultos. Aunque comprenden claramente la relación que enlaza estas tres etapas, los amigos son conscientes de que cada una tiene su propia dinámica, sus propias necesidades, y sus propios méritos inherentes. Por encima de todo, son conscientes de la intervención de poderosas fuerzas espirituales, cuyo funcionamiento puede discernirse tanto en los datos cuantitativos que reflejan el progreso de la comunidad como en la variedad de relatos acerca de sus logros. Lo que es especialmente prometedor es que muchos de estos rasgos distintivos y destacados que caracterizan a las agrupaciones más avanzadas son también evidentes en comunidades que se hallan en fases mucho más tempranas de su desarrollo.
A medida que la experiencia de los amigos se ha vuelto más profunda, ha aumentado su capacidad de fomentar dentro de una agrupación un modelo de vida rico y complejo, abarcando cientos e incluso miles de personas. Cuánto nos complace observar las múltiples perspectivas que los creyentes están adquiriendo como fruto de sus esfuerzos. Comprenden, por ejemplo, que el desenvolvimiento gradual del Plan en el ámbito de la agrupación es un proceso dinámico, necesariamente complejo, y que no se presta a una simplificación fácil. Ven cómo avanza a medida que aumenta su capacidad tanto para impulsar los recursos humanos como para coordinar y organizar bien las acciones de los que se levantan. Los amigos se dan cuenta de que a medida que se potencian estas capacidades, se hace posible integrar una gama más amplia de iniciativas. Igualmente, han llegado a reconocer que cuando se incorpora un nuevo elemento, este requiere una atención especial por cierto tiempo, pero ello no disminuye de manera alguna el valor de otros aspectos de sus labores de construcción de comunidad. Pues entienden que para que el aprendizaje sea su modo de funcionamiento, deben estar alerta a las posibilidades que ofrece cualquier instrumento del Plan que resulte ser especialmente apropiado para determinado momento y, cuando sea necesario, dedicar más energía a su desarrollo; ello no significa, sin embargo, que cada persona deba ocuparse del mismo aspecto del Plan. Los amigos también han aprendido que no es necesario que el enfoque principal de la fase de expansión de todos los ciclos de un programa de crecimiento gire en torno a un mismo objetivo. Las circunstancias pueden requerir, por ejemplo, que en un ciclo determinado la atención se concentre principalmente en invitar a las almas a abrazar la Fe mediante una intensificación de las labores de enseñanza, llevadas a cabo de manera individual o colectiva; en otro ciclo, el enfoque podría orientarse a multiplicar una actividad básica determinada.
Por otro lado, los amigos son conscientes de que la labor de la Causa avanza a ritmos diferentes en lugares diferentes, y con buena razón —al fin y al cabo, es un fenómeno orgánico— , y cada ocasión de avance que observan les llena de gozo y aliento. De hecho, reconocen el beneficio que se deriva de la contribución de cada individuo al progreso del conjunto, y por tanto todos valoran el servicio prestado por cada persona, de acuerdo con las posibilidades que les ofrecen sus propias circunstancias. Las reuniones de reflexión se entienden cada vez más como ocasiones en las que los esfuerzos de la comunidad son, en su conjunto, objeto de deliberación seria y edificante. Los participantes se informan de lo que se ha hecho en general, comprenden sus propios esfuerzos dentro de ese contexto, y realzan su conocimiento sobre el proceso de crecimiento mediante la asimilación de los consejos de las instituciones, y aprovechando la experiencia de sus correligionarios. Semejante experiencia se comparte también en muchos otros espacios que surgen para la consulta entre los amigos que participan intensamente en labores específicas, ya sea dedicándose a una línea de acción común o sirviendo en un determinado sector de la agrupación. Todo este entendimiento se ubica en una apreciación más amplia de que el progreso se logra más fácilmente en un ambiente impregnado de amor, un ambiente en el que los defectos se pasan por alto con tolerancia, los obstáculos se superan con paciencia y los enfoques ya probados se acogen con entusiasmo. Y es así cómo, mediante la sabia dirección de las instituciones y agencias de la Fe que operan en todos los niveles, los esfuerzos de los amigos, por modestos que sean individualmente, confluyen en un esfuerzo colectivo para asegurar que la receptividad al llamado de la Bendita Belleza se identifique con rapidez y se nutra con eficacia. Una agrupación en estas condiciones es claramente una donde las relaciones entre el individuo, las instituciones y la comunidad —los tres protagonistas del Plan— evolucionan con solidez.
En este panorama de floreciente actividad, un prospecto merece mención especial. En el mensaje que les dirigimos hace tres años, expresábamos la esperanza de que los amigos de agrupaciones con programas intensivos de crecimiento en marcha procuraran aprender más acerca de las maneras de construir comunidad mediante el desarrollo de centros de actividad intensa en barrios y aldeas. Nuestras esperanzas se han visto superadas, pues incluso en agrupaciones donde el programa de crecimiento aún no ha alcanzado intensidad, los esfuerzos de unos pocos por iniciar actividades básicas entre los residentes de pequeños sectores, una y otra vez han demostrado su eficacia. En el fondo, este planteamiento se centra en la respuesta a las enseñanzas de Bahá’u’lláh de parte de poblaciones que están listas para la transformación espiritual que Su Revelación fomenta. Mediante la participación en el proceso educativo promovido por el instituto de capacitación, se sienten motivados a rechazar la apatía y la indiferencia inculcadas por las fuerzas de la sociedad y, en su lugar, a proseguir pautas de acción que logran transformar la vida. Cuando este planteamiento ha evolucionado durante varios años en un barrio o aldea y los amigos han mantenido su enfoque, se vuelven evidentes, gradual pero inequívocamente, los extraordinarios resultados. Los jóvenes se empoderan para asumir la responsabilidad del desarrollo de los menores a su alrededor. Las generaciones mayores acogen con agrado la contribución de los jóvenes a las conversaciones significativas sobre los asuntos de toda la comunidad. Para los jóvenes y mayores por igual, la disciplina cultivada a través del proceso educativo de la comunidad desarrolla la capacidad para la consulta, y surgen nuevos espacios para las conversaciones llenas de propósito. Sin embargo, el cambio no se limita meramente a los bahá’ís y a los que participan en las actividades básicas requeridas por el Plan, de quienes sería lógico esperar que, con el tiempo, adoptaran nuevas formas de pensar. El espíritu mismo del lugar se ve afectado. Una actitud devocional cobra forma dentro de gran parte de la población. Las manifestaciones de la igualdad entre hombres y mujeres se hacen más evidentes. La educación de los pequeños, tanto niños como niñas, reclama mayor atención. El carácter de las relaciones dentro de las familias —forjadas por supuestos que se remontan a siglos— cambia de manera perceptible. Se impone un sentido del deber para con la comunidad inmediata y el entorno físico de la persona. Incluso la lacra del prejuicio, que proyecta su sombra nefasta en todas las sociedades, comienza a ceder ante la fuerza irresistible de la unidad. En síntesis, el trabajo de construcción de comunidad al que se dedican los amigos ejerce influencia en aspectos de la cultura.
Al tiempo que la expansión y consolidación han progresado de manera constante durante el último año, han avanzado igualmente otras áreas importantes de actividad, a menudo en forma muy paralela. Como ejemplo notable, los avances en el ámbito de la cultura que se registran en algunas aldeas y barrios se deben en gran parte a lo que se está aprendiendo de la participación bahá’í en la acción social. Nuestra Oficina de Desarrollo Económico y Social ha elaborado recientemente un documento en el que se condensan treinta años de experiencia acumulada en este campo, desde que se estableció dicha Oficina en el Centro Mundial Bahá’í. Entre las observaciones que hace, está el hecho de que el instituto de capacitación confiere un impulso vital a los esfuerzos por participar en la acción social. Esto no se debe simplemente al aumento de recursos humanos que genera. Las percepciones espirituales, las cualidades y las facultades que se cultivan mediante el proceso del instituto han demostrado ser tan vitales para la participación en la acción social como lo son para la contribución al proceso de crecimiento. Se explica, además, cómo las distintas esferas de actividad de la comunidad bahá’í se rigen por un marco conceptual común y evolutivo, compuesto de elementos que se refuerzan mutuamente, si bien asumen manifestaciones diversas en distintos ámbitos de acción. El documento que hemos descrito recientemente se ha compartido con las asambleas espirituales nacionales, a las cuales invitamos a que, en consulta con los Consejeros, consideren cómo los conceptos que se exploran en el mismo pueden ayudar a realzar los esfuerzos actuales que se ejercen bajo su patrocinio en el área de la acción social, y a elevar la conciencia de esta notable dimensión de la labor bahá’í. Esto no debiera interpretarse como un llamado colectivo a la acción generalizada en este campo —la germinación de la acción social ocurre de manera natural, a medida que cobra fuerza una comunidad en crecimiento— pero ha llegado el momento de que los amigos reflexionen más profundamente sobre las implicaciones de sus esfuerzos para la transformación de la sociedad. El aumento del aprendizaje que se está produciendo en este campo incrementa las exigencias impuestas sobre la Oficina de Desarrollo Social y Económico, y se están tomando medidas para garantizar que, del mismo modo, evolucione su funcionamiento.
Una característica especialmente notable de los últimos doce meses ha sido la frecuencia con la que, en una abundante variedad de contextos, se identifica a la comunidad bahá’í con esfuerzos encaminados a lograr el mejoramiento de la sociedad, en colaboración con personas de ideas afines. Desde la esfera internacional hasta las bases de la vida de las aldeas, los líderes del pensamiento en todo tipo de entornos han manifestado ser conscientes de que los bahá’ís no solo desean de corazón el bienestar de la humanidad, sino que tienen una concepción convincente de lo que se necesita lograr y de los medios efectivos para hacer realidad sus aspiraciones. Estas expresiones de aprecio y de apoyo han llegado también de algunos sectores nunca antes esperados. Por ejemplo, incluso en la Cuna de la Fe, a pesar de los formidables obstáculos colocados en su camino por el opresor, los bahá’ís cuentan con el creciente reconocimiento de las profundas implicaciones que tiene su mensaje para el estado de su nación y con el respeto por su inquebrantable determinación para contribuir al progreso de su patria.
El sufrimiento que han soportado los fieles en Irán, sobre todo en las décadas transcurridas desde el comienzo de la última ola de persecuciones, ha estimulado a sus hermanos y hermanas de otros países a acudir en su defensa. De entre los dones inapreciables que la comunidad mundial bahá’í ha adquirido como consecuencia de esa entereza, al respecto mencionamos este: una red impresionante de entidades especializadas a nivel nacional que han demostrado ser capaces de fomentar relaciones con los gobiernos y las organizaciones de la sociedad civil de manera sistemática. Paralelamente, la evolución de planes sucesivos ha mejorado la capacidad de la comunidad para participar en los discursos predominantes en cualquier espacio donde se conduzcan, desde conversaciones personales hasta foros internacionales. En las bases, la participación en este tipo de empresa se crea de manera natural, por medio del mismo enfoque orgánico que caracteriza el aumento constante de la participación de los amigos en la acción social, y no se requiere esfuerzo especial alguno para estimularla. A nivel nacional, sin embargo, se está convirtiendo con mayor frecuencia en objeto de atención para estas mismas entidades especializadas que ya funcionan en decenas de comunidades nacionales, y se desarrolla de acuerdo con el modelo familiar y fructífero de acción, reflexión, consulta y estudio. Para realzar esos esfuerzos, facilitar el aprendizaje en esta esfera, y garantizar que las medidas adoptadas sean coherentes con las demás labores de la comunidad bahá’í, hemos establecido recientemente la Oficina de Discurso Público en el Centro Mundial Bahá’í. Le instaremos a que apoye a las asambleas espirituales nacionales en esta materia mediante la paulatina promoción y coordinación de actividades y la sistematización de experiencias.
Alentadores progresos se dan también en otras áreas. En Santiago de Chile, donde se está erigiendo el Templo Madre de América del Sur, las obras continúan a buen ritmo. Se han completado las construcciones de hormigón de los cimientos, el sótano y el túnel de servicio, así como las columnas que sostendrán la superestructura. Crece la expectativa asociada con este proyecto, y un sentimiento de interés similar se está suscitando en los siete países en los que se han de levantar Mashriqu’l-Adhkárs nacionales o locales. Han comenzado los preparativos en cada uno de ellos, y los aportes de los creyentes al Fondo de los Templos han empezado a utilizarse; sin embargo, las consideraciones de tipo práctico como puedan ser la ubicación, el diseño y los recursos representan solo un aspecto de la labor que están realizando los amigos. La suya es, esencialmente, una labor espiritual, una tarea en la que participa toda la comunidad. El Maestro se refiere al Mashriqu’l-Adhkár como el «imán de las confirmaciones divinas», «los fuertes cimientos del Señor», y «el firme pilar de la Fe de Dios». Dondequiera que se establezca, será naturalmente un componente integral del proceso de construcción de comunidad que lo rodea. En aquellos lugares donde habrá de levantarse una Casa de Adoración, la conciencia de esta realidad está ya ahondando entre las filas de los creyentes, que reconocen que sus vidas colectivas deben reflejar cada vez más esa unión de adoración y servicio que encarna el Mashriqu’l-Adhkár.
Así pues, en todos los frentes vemos a la comunidad bahá’í marchando hacia adelante con paso firme, avanzando en su comprensión, deseosa de adquirir mayor entendimiento derivado de la experiencia, dispuesta a asumir nuevas tareas cuando los recursos lo permiten, ágil en su respuesta a nuevos imperativos, consciente de la necesidad de asegurar la coherencia entre las distintas áreas de actividad a las que se dedica, totalmente entregada al cumplimiento de su misión. Su entusiasmo y dedicación se evidencian en el tremendo fervor generado por el anuncio de hace unos dos meses de la convocatoria de 95 conferencias de juventud en todo el mundo. Es gratificante la reacción de los jóvenes mismos así como las muestras de apoyo expresadas por sus hermanos en la Fe, quienes aprecian la forma en que los seguidores más jóvenes del Bahá’u’lláh proporcionan un estímulo vital para todo el cuerpo de la Causa.
Nos llenan de esperanza las sucesivas pruebas que observamos de la difusión del mensaje de Bahá’u’lláh, del alcance de su influencia y la creciente conciencia de los ideales que este encierra. En esta temporada de aniversarios, traemos a la memoria ese «Día de la felicidad suprema», separado de este Riḍván por un siglo y medio, cuando la Belleza de Abhá proclamó por primera vez Su Misión a Sus compañeros en el Jardín de Najíbíyyih. Desde ese santificado lugar, la Palabra de Dios se ha extendido a todas las ciudades y costas, convocando a la humanidad a un encuentro con su Señor. Y a partir de ese primer séquito de amantes embriagados de Dios ha florecido una diversa comunidad con propósito, flores multicolores en el jardín que Él ha cultivado. Con cada día que pasa, un número creciente de almas que recién se han despertado se vuelven suplicantes hacia Su Santuario, el lugar en el que nosotros, en honor a ese Día bendito, y en agradecimiento por cada favor otorgado a la comunidad del Más Grande Nombre, inclinamos nuestras cabezas en oración ante el Sagrado Umbral.
La Casa Universal de Justicia