Tras haber confiado su misión a Mullá ‘Alí, el Báb llamó a Su presencia a las restantes Letras del Viviente, y a cada una de ellas por separado hizo entrega de un mandato singular y de una tarea especial. A ellos les dirigió estas palabras de despedida:
“¡Oh Mis amados amigos! Sois los portadores del nombre de Dios en este Día. Habéis sido escogidos como los depositarios de Su misterio. Es menester que cada uno de vosotros manifieste los atributos de Dios y que ejemplifique de obra y palabra los signos de Su rectitud, poder y gloria. Los propios miembros de vuestro cuerpo deben dar fe de vuestra altura de miras, de la integridad de vuestra vida, de la realidad de vuestra fe y del carácter exaltado de vuestra devoción. Pues en verdad os digo, éste es el Día mencionado por Dios en Su Libro (1): “Aquel día sellaremos sus bocas, y aun así sus manos Nos hablarán, y sus pies darán testimonio de lo que hicieron”.
Ponderad las palabras que Jesús destinó a Sus discípulos cuando los envió a propagar la Causa de Dios. Con palabras tales como éstas les ordenó que se aprestaran a cumplir su misión: “Sois como el fuego que en la oscuridad de la noche ha sido prendido en la cima de la montaña. Que vuestra luz brille ante los ojos de los hombres. Tal debe ser la pureza de vuestro carácter y el grado de vuestra renuncia que las gentes de la tierra puedan, a través de vosotros, reconocer y acercarse más al Padre celestial, Quien es la Fuente de pureza y gracia. Pues nadie ha visto al Padre que está en los cielos. Vosotros, que sois Sus hijos espirituales, debéis ejemplificar Sus virtudes con vuestras obras, y dar testimonio de Su gloria. Sois la sal de la tierra, pero si la sal perdiera su sabor, ¿con qué se la salará? Tal debe ser el grado de vuestro desprendimiento que en cualquier ciudad a la que entréis para proclamar y enseñar la Causa de Dios, en modo alguno deberíais esperar recibir alimento o recompensa de sus gentes. Antes bien, cuando salgáis de aquella ciudad, debéis sacudiros el polvo de vuestros pies. Puesto que habéis entrado allí puros y sin mácula, del mismo modo debéis partir de la ciudad. Pues en verdad os digo, el Padre celestial está siempre con vosotros y os vigila. Si Le sois fieles, sin duda pondrá en vuestras manos todos los tesoros de la tierra, y os exaltará por encima de los gobernantes y reyes del mundo.”
¡Oh Mis Letras! En verdad os digo, inmensamente exaltado es este Día por encima de los días de los Apóstoles de antaño. Más aún, ¡inmensurable es la diferencia! Sois los testigos del Alba del Día prometido de Dios. Sois los probadores del cáliz místico de Su Revelación. Aprestaos para el intento y tened presentes las palabras que Dios ha revelado en Su Libro: “¡He aquí que el Señor tu Dios ha llegado y que con Él se halla una compañía de Sus ángeles dispuestas ante Él!” Purgad vuestro corazón de deseos mundanos y dejad que las virtudes angélicas sean vuestro adorno. Esmeraos por dar fe con vuestras obras de la verdad de estas palabras de Dios, y cuidad no sea que, al “volver la espalda”, os “cambie por otro pueblo” que “no será como vosotros” y que os arrebatará el Reino de Dios.
Se han terminado los días en que la adoración ociosa se consideraba suficiente. Ha llegado la hora en que nada excepto los motivos más puros, apoyados en hechos de pureza inmaculada, pueden ascender al trono del Altísimo y serle aceptables. “La buena palabra se eleva hacia Él y la obra recta hará que sea exaltada ante Él”. Sois vosotros los humildes de quien así ha hablado Dios en Su Libro: “Y deseamos mostrar nuestro favor a quienes fueron humillados en la tierra y convertirlos en adalides espirituales entre los hombres y trocarlos en Nuestros herederos”.
Habéis sido llamados a esta estación; la alcanzaréis sólo si os alzáis para hollar bajo vuestros pies todo deseo terrenal y os esforzáis en convertiros en “siervos honrados que no hablan hasta que Él ha hablado, y que ejecutan Sus dictados”. Sois las primeras Letras en ser engendradas desde el Punto Primordial (2), los primeros veneros que han brotado de la Fuente de esta Revelación. Implorad al Señor, vuestro Dios, que os conceda que ningún estorbo terrenal, ningún afecto mundano, ninguna búsqueda efímera puedan empañar la pureza o amargar la dulzura de esa gracia que fluye de vosotros.
Os estoy preparando para el advenimiento de un Día poderoso. Realizad vuestros máximos esfuerzos para que, en el mundo venidero, pueda Yo, Quien ahora os instruye, regocijarme ante el lugar misericordioso de Dios por vuestras obras y gloriarme de vuestros logros. El secreto del Día que ha de venir se halla ahora oculto. No puede ser divulgado ni tampoco apreciado. El recién nacido de aquel Día sobrepasará al más sabio y venerable hombre de esta época; y el más humilde e iletrado de aquella edad rebasará en comprensión al más erudito y cumplido sacerdote de la presente.
Esparcíos a lo largo y ancho de esta tierra, y con pies constantes y corazones santificados preparad el camino para Su llegada. No reparéis en vuestra debilidad o flaqueza; fijad vuestra mirada en el poder invencible del Señor, vuestro Dios, el Todopoderoso. ¿No hizo Él, en tiempos pasados, que Abraham, a pesar de su aparente desamparo, triunfase sobre las fuerzas de Nimrod ¿No facultó a Moisés, cuya cayado era Su sola compañía, para que derrotase al faraón y sus huestes? ¿No estableció el ascendiente de Jesús, pobre y humilde como era, a la vista de los hombres, frente a las fuerzas conjuntadas del pueblo judío? ¿No sometió a las tribus bárbaras y belicosas de Arabia a la disciplina santa y transformadora de Muhammad, Su Profeta? Alzaos en Su nombre, poned vuestra confianza enteramente en Él y quedad seguros de la victoria final”.
1 El Corán.------------------------------------------------------------
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